El primer Congreso del partido norcoreano después de 36 años no cambió
las cosas, aunque el dictador Kim Jong-un dijo estar dispuesto a una
“reunificación” con Seúl.
Como era de esperar nada ha cambiado en Corea del Norte. Esperaron 36
años por un Congreso del gobernante partido de los Trabajadores, pero
todo siguió. ¿Todo? Bueno, algo ha cambiado. El dictador Kim Jong-un, de
33 años, ha sido elevado a la categoría de “presidente” de la
organización, un cargo que ni siquiera su padre, el fallecido Kim
Jong-il ostentó y que perteneció hasta el principio de los años 60 a su
abuelo, el fundador del país ermitaño, Kim Il-sung.
Tras cuatro días de sesiones a puertas cerradas en el Palacio de la
Cultura, donde la prensa extranjera tuvo acceso durante 10 minutos el
lunes antes de la clausura, lo único que ha trascendido, a través de la
hermética prensa oficial, es que el joven Kim (es el apellido, no el
nombre de pila) ha dado un pequeño giro a la política de su antecesor.
Cuando heredó el poder del abuelo Kim, el papá Kim dio la espalda al
partido gobernante, jamás hizo un Congreso y dejó al olvido el Comité
Central, y estableció una política donde las fuerzas armadas vinieron en
primer lugar y la economía quedó en la penumbra.
Fue un caos. Los años
90 se caracterizaron por una enorme escasez de alimentos, murieron unas 4
millones de personas según las Naciones Unidas, y los pocos recursos
disponibles fueron invertidos en el crecimiento de las fuerzas armadas,
que se adueñaron de todos los sectores. El uniforme militar fue
prácticamente instituido como vestimenta obligatoria.
Ahora, el joven Kim, le ha dado un vuelco a la situación. “Podemos
asegurar a nuestro pueblo que la República Popular y Democrática de
Corea (el nombre oficial) es un estado fuerte, seguro e invencible,
gracias a nuestro potencial nuclear. Y podemos ahora dedicarnos a la
producción de alimentos y al desarrollo industrial”, dijo el nuevo
presidente de la organización en el discurso inaugural, parcialmente
transmitido por la televisión local.
Queda por ello instituida a partir de ahora la llamada política
“byong-jin”, que significa algo así como “desarrollo paralelo” de lo
nuclear y lo económico. Para lograrlo, se ha vuelto a los viejos planes
quinquenales característicos del mundo comunista europeo del siglo
pasado y que habían sido abolidos por papá Kim.
Propuesta de paz
De paso, el joven Kim ha piropeado al Gobierno del sur de la
península coreana. Dice estar dispuesto a una reconciliación nacional,
usó la palabra “reunificación”, si Seúl abandona planes de atacar el
norte. “Haremos la paz pero si nos atacan los aplastaremos”, dijo.
La reacción al sur del paralelo 38, que divide los dos países desde
el armisticio de 1953, no se hizo esperar. “No hay sinceridad ninguna
cuando habla de la necesidad de conversaciones militares mientras se
autoproclama un Estado con armas nucleares y lanza provocaciones
nucleares y balísticas”, dijo el portavoz del Ministerio de Defensa de
la República de Corea, Moon Sang-gyun.
En su opinión, el Congreso solo ha servido para reafirmar la voluntad
de Pyongyang de desarrollar su arsenal nuclear. “Es lo único que tienen
en mente”, agregó.
El conclave político tampoco logró grandes simpatías de China, el
mejor aliado de Corea del Norte. Según el periódico oficial Global
Times, “la actitud no ha cambiado y tampoco se ha resuelto su mayor
contradicción con el mundo exterior”, o sea, la amenaza nuclear que
Beijing considera un serio dolor de cabeza.
“Mientras Pyongyang se resista a renunciar a sus armas nucleares, la
normalización de las relaciones con el mundo exterior será muy poco
probable”, dijo el rotativo chino en un editorial el lunes.
Esta vez en Pyongyang no hubo más de lo mismo, sino que lo mismo
quedó inamovible, como la canción de Julio Iglesia, “la vida sigue
igual”. Exceptuando que el joven Kim se apareció en el Congreso con un
saco y corbata y dejó el uniforme de mariscal en casa.
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