Hermano de Karen: Los Cicpc ni se inmutaron

Fernando no entiende por qué existen dudas de su actuación ese viernes, cuando la Policía científica mató a la menor de sus hermanas. Dos ojeras le escoltan las órbitas oculares y su padre, sereno y tranquilo, lo conmina a sentarse en su sala, frente a las cámaras fotográficas, reseña La Verdad.

“Ellos no me ayudaron. Yo mismo fui al otro lado y traté de sacar a mi hermana. Estaba herida. Me pesaba mucho”, indicó Fernando al recordar la noche del pasado viernes

No cae en menudencias. Va directo al momento ingrato en que escuchó las detonaciones. Karen Vanessa Berendique Betancourt (19) va de copiloto y su hermano, Fernando, maneja la Trail Blazer gris. Son las 10.00 de la noche y van por el barrio Teotiste de Gallegos, el atajo entre la urbanización Monte Bello y la avenida Milagro Norte. José Crespo, que cumplía años, esperaba la presencia de su mejor amiga.

La oscuridad no falta. Una camioneta le obstruye el camino. Baja un hombre con los brazos extendidos y la pistola amenazándole los movimientos. Los vidrios de la camioneta están arriba, el aire encendido. El grito del pistolero, que está frente a él, despeja las dudas. “Parate ahí”.

“¿Qué harías tú en mi lugar? Pensé que iban a secuestrarnos”. Fernando pasaba por un momento de pánico. No vio emblemas policiales ni cocteleras escandalizadoras que cortaran la noche, ni conos de seguridad, ni movimiento policial. Vio lo que le pareció un delincuente: un hombre apuntando que le pide que pare, que tiene un arma en la mano y que viste una chaqueta negra. “No puedo ver que lleva la palabra CICPC en la espalda, si está de frente”.

Así que huye. La camioneta recibe el primer balazo. Karen, asustada, pregunta qué pasa. Fernando no responde. Quiere huir. Temía el secuestro o el homicidio.

Retrocede y gira. Luego vienen las balas, las detonaciones, el terror. Los funcionarios detrás de él. Aún cree que son delincuentes. Cuando ve a su hermana herida, bañada en sangre, se rinde. Huía de eso, de lo que veía a un lado, de la desgracia familiar.

Ayer, sentado en la sala de su casa, daba detalles con tristeza en las palabras. Su padre lo miraba, como dándole aliento para rememorar cada detalle de aquella noche traicionera. Baja la cabeza y sigue.

Recuerda que él solo tuvo que mover la camioneta. Los oficiales le pidieron los documentos y él se identificó como hijo del cónsul de Chile en Maracaibo. Los oficiales no le tomaron importancia. Fernando sacaba los documentos mientras pensaba en su hermana, mientras pedía ayuda. Los uniformados, al verlo distraído, lo empujaron y ofendieron. Ya a él no le dolía otra cosa.

“Ellos no me ayudaron. Yo mismo fui al otro lado y traté de sacar a mi hermana. Estaba herida. Me pesaba mucho”. Los vecinos del barrio fueron testigos de esa desgarradora escena, cuando Fernando peleaba con su fuerza para levantar a su hermanita herida. Los funcionarios miraban, sin inmutarse, el movimiento desesperado del muchacho. Entonces gritó. Pidió ayuda. Los uniformados, indolentes, la cargaron y llevaron al hospital.

Los orificios que presentó el asiento de Fernando demuestran que los tiros venían de quienes le perseguían. El hermano de Karen no sabe quién disparó, pero puede identificar a varios de los que estaban presentes.

Justicia

El cónsul, sentado en un sillón marrón, piensa en general. La diplomacia la mantiene intacta y espera que el colectivo aproveche la muerte de su hija para cambiar la situación de violencia en el país. Su presencia inspira confianza y sus palabras resuenan como sabios análisis de la inseguridad.

Tampoco tiene pelos en la lengua. Están claros en que de los 12 imputados, no todos dispararon. “Pero ellos tienen un jefe. Y debe revisarse toda la Policía”. Cuando visitó la sede de la Policía científica, recuerda que lo trataron muy bien. La decencia de los funcionarios se dejó ver desde los pasillos hasta las oficinas. “Pero trabajan con las uñas. Las computadoras son de los funcionarios y no de la institución”.

Espera la depuración de todas las mafias y sabe que la inexperiencia fue la que actuó en el crimen de su hija menor.

Poco antes de terminar la entrevista, Verónica, una de las hermanas de Karen, llegó al recibo con su madre, una mujer delgada que lleva las lágrimas en las mejillas desde ese mismo día. La señora pierde el control y saca las fotografías de su hija. En una de ellas Karen se ve radiante, con sus movimientos dancísticos inmortalizados en una fotografía. “¿Tú crees que un ángel así tiene algo que ver con drogas?”, recriminó dolida. Sus hijos, que la abrazaban, rompieron a llorar. 

El dolor no termina. Verónica califica a su hermana como un ángel. “Se burlaban de ella en el colegio porque no bebía, no tenía novio. Ella decía que la suya era una generación perdida, por las cosas tan feas que pasan”. No esperan más que justicia.
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