Sea verbal o física, la agresión penetra en las filas de simpatizantes y
detractores que son incitados indirectamente por el peligroso discurso
populista.
La violencia ha permeado esta campaña presidencial estadounidense,
por primera vez en tiempos recientes. Las imágenes de los
enfrentamientos en Chicago, la semana pasada, durante un mitin del
candidato republicano Donald Trump, han recorrido el mundo y puesto en
la picota la imagen del sistema electoral estadounidense.
Pequeños hechos de violencia siempre han sucedido, pero han sido
esporádicos y nunca habían implicado a un candidato presidencial. Un
empujón por aquí, otro puñetazo por allá, la mayoría al calor de los
argumentos en discusiones mayormente privadas. Y varios enfrentamientos
alrededor de las convenciones partidarias.
Pero esta vez, la violencia no sólo es verbal y física entre
simpatizantes, sino, también, ha sido verbal entre casi todos los
candidatos republicanos que se han enfrentado, casi a muerte, en esta
contienda.
“La retórica en esta campaña es bastante vulgar y divisiva”, dijo el
presidente Barack Obama en Washington, alarmado por la repercusión que
el ambiente electoral está teniendo en la sociedad estadounidense.
Aunque Trump no ha incitado a la violencia, lo cierto es que su
discurso radical ha provocado la condena de un extracto del electorado,
particularmente entre los afroamericanos y los hispanos, así como los
votantes de la fe islámica, que han sido los más atacados por el
aspirante republicano.
Todo comenzó desde el primer día, cuando al lanzar su candidatura, el
magnate neoyorquino acusó a los inmigrantes indocumentados de ser una
fuente de delincuencia en Estados Unidos. La retórica escaló cuando
propuso la construcción de un muro y la prohibición de los musulmanes a
inmigrar. Se puso al rojo vivo cuando hace dos semanas dio claramente a
entender que pretende cerrar el país, sin aislarlo, pero arreciar los
controles migratorios y la posición de Estados Unidos en los conflictos
mundiales. Llegó a decir que no le importa la tortura de ahogamiento
simulado a los prisioneros.
Fue una declaración tan grave, que el exdirector de la CIA y de la
Agencia Nacional de Seguridad, el general de cuatro estrellas Michael
Hayden, dijo a la cadena CNN que los militares pudieran verse en la
obligación de frenar, quizá desobedecer, las ordenes de un eventual
presidente Donald Trump.
Es más, ante las amenazas del candidato republicano de llevar la
guerra total a los “enemigos de Estados Unidos”, Hayden advirtió
claramente que “el Pentágono jamás permitirá los crímenes de guerra”,
incluyendo la tortura de los prisioneros como Trump suigirió en relación
a los terroristas del Estado Islámico.
El empresario no ha hecho nada para calmar los ánimos. Incluso se ha
ofrecido para pagar los gastos legales de un hombre blanco que fue
arrestado en Carolina del Norte, tras agredir a un afroamericano que
protestaba durante el mitin electoral en cuestión.
La campaña de Trump
acusa a sectores radicales de izquierda de promover los disturbios. “Es
un grupo organizado y muy bien preparado”, dijo Katrina Pierson,
portavoz de la campaña.
De hecho, el mismo Trump dijo que no piensa bajar el tono de su
campaña. “No veo razón para hacerlo. Nos ha ido muy bien. Aunque no
disculpo la violencia ni las agresiones, no voy a dejar de decir lo que
pienso”, dijo el magnate inmobiliario a la cadena ABC.
Pero líderes comunitarios y activistas pro inmigración estiman que el
empresario es un peligro para un buen sector de la población y del país
en general. “La retórica del señor Trump es incendiaria. Es un insulto a
los hispanos, a los negros, a la gente trabajadora y honesta de este
país”, estimó Claudio Álvarez, un activista de Chicago que organizó una
manifestación contra la campaña del empresario el lunes pasado.
La preocupación de gente como Álvarez es que la política en Estados
Unidos, que siempre se caracterizó por su elegancia, se ha radicalizado
tanto en los últimos 10 años que ha llegado a un punto en el cual los
argumentos electorales han sido sustituidos por la violencia verbal para
imponer criterios. “Eso no es democracia. Eso no es Estados Unidos”,
afirmó.
Como recuerda Erica Chenoweth, profesora de relaciones
internacionales de la Universidad de Denver, la violencia política
estadounidense hasta ahora, y principalmente desde la Segunda Guerra
Mundial, se daba únicamente en enfrentamientos entre sindicalistas y
empresarios industriales, principalmente del centro del país y las
grandes zonas fabriles. “Ha sido casi una rutina los enfrentamientos
entre el mundo financiero e industrial y el sector laboral. Pero nunca
en el ámbito de las campañas electorales”, dijo.
En 1968, durante la Convención Nacional Demócrata en Chicago, la
violencia se impuso en los alrededores del inmueble cuando manifestantes
contra la guerra de Vietnam se enfrentaron con la Policía durante dos
días. La violencia fue de tal grado que prácticamente nadie quedó libre
de ser afectado en el gran encuentro de los políticos. El periodista Dan
Rather recuerda en su libro de memorias que también fue agredido y
lanzado al suelo.
Durante la convención republicana del 2004 en Nueva York, la policía
acordonó la zona del Madison Square Garden y arrestó a decenas de
manifestantes que se encontraban allí para protestar contra la guerra en
Afganistán y rehusaron obedecer órdenes de dispersar. Pero los
enfrentamientos no fueron tan rudos.
Algo está cambiando en la política estadounidense y parece que la
violencia política de esta campaña está relacionada con la frustración
de amplios sectores, sobre lo que consideran la fragilidad de la postura
de Estados Unidos en el mundo. Un argumento que Trump secunda al
proponer regresar el país a sus tiempos de gloria. ¿A bombazos y
puñetazos limpios? En el fondo, es similar a la retórica populista que
abunda en los países del tercer mundo.
El reflejo de una preocupante crisis social
Durante la campaña electoral del presidente William McKinley, en las
elecciones de 1896, la violencia fue casi diaria. Pero en esa época
Estados Unidos atravesaba una fuerte depresión económica, que no es el
caso en estos días.
Pero hay un punto común. “Los enfrentamientos durante la elección de
McKinley, en medio de una depresión, se dieron entre populistas que
apoyaban la industria agrícola y los empresarios que luchaban por un
mayor rigor financiero y duras reglas comerciales”, dijo la profesora de
relaciones internacionales de la Universidad de Denver, Erica
Chenoweth.
Según la analista, la violencia política y electoral es muy común en
países donde la sociedad no tiene gran confianza en las instituciones
civiles, como el sistema judicial y electoral, donde se destaca la
corrupción en las urnas.
Es por ello que está preocupada con lo que sucede hoy día en Estados
Unidos. “Me pregunto si el pueblo estadounidense ya no está viendo a las
instituciones como la vía para resolver los conflictos pacíficamente”,
dijo.
“Creo que estamos ante un problema mucho más amplio”, enfatizó. Mucho
más grande que los problemas económicos, sobre todo ahora que Estados
Unidos logró salir de la crisis bancaria, cuenta con una de las mejores
tasas de desempleo de su historia y la moneda se fortalece en los
mercados internacionales.
La violencia pudiera ser el reflejo de una crisis social, de valores,
o la consecuencia de la regeneración de una sociedad cada vez más
multiétnica. Muchos creen que cada día que pasa, parece que América es
menos para los americanos.
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