La Historia del petróleo está llena de tipos singulares.
Gente a medio camino entre el buscavidas, el aventurero y el
emprendedor, con un pie en la política y otro en la geología, y con una
mano sobornando a Gobiernos o reguladores y con otra entregando dinero
en todo tipo de actividades filantrópicas. Son gente como Calouste Gulbenkian,
un refugiado cristiano armenio que de niño escapó de las matanzas que
los musulmanes llevaron a cabo en su comunidad (¿suena familiar?) y
acabó abriendo gran parte de Oriente Próximo a la explotación petrolera.
O como Marcus Samuel, un tendero de Londres
que vendía antigüedades y objetos de lujo entre los que se encontraban
platos de porcelana china que se denominaban 'conchas de Oriente'
('Ortiental Shells') y que bautizaría con ese nombre a la que hoy es la
petrolera privada más grande del mundo: Shell.
O, en fechas más recientes, el texano George Mitchell,
que fundió tres décadas de su vida en la búsqueda de lo que muchos
consideraban una quimera: una técnica para perforar horizontalmente y
poder aplicar de forma masiva el 'fracking',
o sea, la ruptura de las rocas que contienen el petróleo. Al final,
Mitchell lo logró, en la recta final de su vida, y desencadenó una
revolución energética de la que nos seguimos beneficiando con el
desplome del precio del crudo.
Por no hablar del que
probablemente haya sido el ciudadano privado-o sea, excluidos
emperadores-más rico de la Historia y un hombre que verdaderamente creó
su imperio de la nada: John D. Rockefeller.
Hacer fortuna en territorio del IS en Siria
Ahora,
esta peculiar Historia del petróleo tiene un nuevo personaje. Se llama
Fati Ben-Awn al-Murad al Tunisi, aunque era más conocido por el nombre
de Abu Sayyaf, y murió hace 11 meses, el 15 de mayo, en un ataque de la Delta Force, el equivalente de los Navy SEAL, pero del Ejército en lugar de la Marina de EEUU en Siria. Su esposa fue arrestada con él. Y una esclava cristiana que era propiedad de Abu Sayyaf fue puesta en libertad.
Sayyaf era el hombre que coordinaba la explotación, distribución y comercialización del petróleo que el Estado Islámico (IS, según sus siglas en inglés) obtiene en Siria. Al matarlo, los Delta Force se hicieron con el que es el mayor botín de guerra
en términos de documentación que jamás han obtenido las Fuerzas Armadas
de EEUU en operación terrorista alguna contra ningún grupo. Fueron
decenas de puertos USB, ordenadores, documentos, hojas de cálculo,
informes oficiales, listados de precios, vídeos que ahora, 11 meses y
una semana más tarde, el Pentágono ha decidido filtrar al diario 'The
Wall Street Journal'.
Según el relato del periódico, Abu Sayyaf
construyó hasta su muerte una operación empresarial tremendamente
eficaz. Los documentos indican que el terrorista logró arrancar de cuajo la corrupción endémica de Siria,
entregando las cuatro áreas de actividad principales-producción,
mantenimiento de los yacimientos, gestión de las refinerías y expansión
de éstas a un saudí, un iraquí, un argelino, y un tunecino,
respectivamente.
Las tribus sirias no tenían nada que hacer en aquello.
Y, además, Sayyaf les daba buenos motivos para ello. El terrorista tenía bajo su mando directamente a 152 personas
-muchos de ellos extranjeros procedentes de 'petroestados'- que
cobraban entre 160 dólares (143 euros), que era, por ejemplo, el salario
de un contable, y 400 dólares (356 euros) en el caso de un experto en
perforación. Compárense esos salarios con el sueldo medio de un sirio
(50 dólares, o 45 euros) y los incentivos de trabajar para el IS parecen claros.
Y,
si esos incentivos no funcionaban, el IS tenía otros. Según el 'Wall
Street Journal' los obreros, cuando iban a trabajar por la mañana, se
encontraban cadáveres sin cabeza entre los pozos. Los documentos de Sayyaf también muestran de forma meticulosa el coste para el Estado Islámico de mantener con vida a los esclavos
-en su mayor parte cristianos - que emplea para trabajar en los campos
de petróleo. Así que los sirios descubrieron rápidamente las ventajas de
olvidar sus disputas tribales y ponerse a trabajar a las órdenes de
Sayyaf.
Pero no todo era brutalidad. Sayyaf era muy eficiente. A
pesar de que parece que procedía de un entorno de ingresos y educación
bajos, tenía un formidable instinto para los negocios
y, además, conocía la región ya que, como tantos otros, él lo dejó todo
en 2003 para irse a luchar, con poco menos de 20 años, contra los
estadounidenses que ocupaban Irak.
Desde su oficina, en el
antiguo edificio de Shell en el campo petrolero gigante de al-Omar, no
lejos de la frontera con Irak, el terrorista controlaba el bombeo de
alrededor de 40.000 barriles diarios de crudo. Los bombardeos de la
coalición internacional que dirige Estados Unidos no solo no paralizaron
sus actividades: gracias a la eficacia del saudí Abu Sarah al-Zahrani,
que se encargaba del mantenimiento de los pozos, el IS logró aumentar su producción en Siria en un 59%
pese a los ataques.
Esto era de crítica importancia para el Estado
Islámico, porque los yacimientos de crudo que controla en Siria son de
mucha mejor calidad que los de Irak. Mientras los primeros sirven para
hacer combustible, el petróleo iraquí del IS solo suele ser empleado
para hacer asfalto.
Pero Sayyaf no vendía de manera
indiscriminada. Tenía diferentes escalas de precios en función no solo
de los tipos de crudo, sino también del tiempo de espera que los
transportistas estuvieran dispuestos a tener. Vendía tanto en el
territorio controlado por el IS como en el que estaba bajo el dominio de
los grupos kurdos y del presidente sirio Bashar Asad.
Y, cuando los bombardeos de EEUU y sus aliados empezaron a destruir
infraestructura más deprisa de lo que al-Zahrani podía reconstruirla,
Sayyaf dio muestras de su genio empresarial al cerrar contratos con
empresarios del régimen de Asad para que estos pusieran capital en la
reconstrucción de los campos de petróleo. Unos campos de petróleo en los
que llegaban a formarse colas de 500 camiones esperando el petróleo.
Ahora, queda poco de esa formidable operación. Los bombardeos
han ido limando poco a poco la operatividad de la industria petrolera
del sanguinario califato de Sayyaf, y el IS ha ido perdiendo terreno
progresivamente -y también yacimientos de petróleo- ante sus enemigos.
La mujer de Sayyaf, Umma, está en la cárcel en EEUU por haber cooperado
en el secuestro de Kayla Mueller, una cooperante estadounidense que fue,
también, esclava sexual de Sayyaf y del líder del IS, Abu Bakr al-Bagdadi, antes de morir en un bombardeo. Afortunadamente, el legado del Rockefeller del IS no parece que vaya a durar tanto como el de su predecesor
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